Ser boca o ser bocado, cazador o cazado. Ésa era la cuestión.
Merecíamos desprecio, o a lo sumo lástima. En la intemperie enemiga,
nadie nos respetaba y nadie nos temía. La noche y la selva nos daban terror.
Éramos los bichos más vulnerables de la zoología terrestre, cachorros inútiles,
adultos pocacosa, sin garras, ni grandes colmillos, ni patas veloces, ni olfato
largo.
Nuestra historia primera se nos pierde en la neblina. Según parece,
estábamos dedicados no más que a partir piedras y a repartir garrotazos.
Pero uno bien puede preguntarse: ¿No habremos sido capaces de
sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos defendernos
juntos y compartir la comida? Esta humanidad de ahora, esta civilización del
sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, ¿habría durado algo más que un
ratito en el mundo?
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