Si el padre Antonio Rodríguez no parece un cura, su iglesia no luce como una parroquia. Es, en realidad, una gran organización en la que trabajan unas 75 personas, todos profesionales y voluntarios formados por el propio CFO, Centro de Formación y Organización, una suerte de usina de ideas y proyectos. Allí funcionan ocho programas cuatro de ellos dedicados a la prevención de la violencia basados en la participación juvenil. Para llegar mejor a los jóvenes el cura aplicó el modelo IAP, Investigación de Acción Participativa, a partir del gusto por la cultura hip hop que los pandilleros arrastran desde Los Ángeles.
Ellos vinieron sin ropa, sin comida, sin educación, sin familia, sin salud, y la pandilla fue su familia, fue la que lo protegió. Las familias son lugares de expulsión, han sido destruidas por el sistema económico. Si desde chico me han maltratado, si mi padre era alcohólico, si no tuve derecho a nada, y la pandilla me cuidó, ésa es mi identidad en resistencia. Las pandillas son una identidad de juveniles al límite que son identidades de resistencia. Han tenido que configurar otra manera de vivir.