Foto: Veintitrés
(Desde Belem do Pará, Brasil)
Una alemana y un noruego posan desnudos frente a una bandera que promueve el eco-porn con lisérgicos motivos propios del muy sesentista flower power. A sus espaldas, en un camping desordenado, eternamente embarrado por la rutinaria lluvia amazónica, duermen más de 15 mil jóvenes de todo el mundo. Cuelgan varias banderas partidarias acompañadas de sus respectivos paños militantes, repletos de libros de las más diversas tendencias; desde el marxismo ortodoxo, pasando por el autonomismo radical y el anarquismo libertario. Del otro lado de la ruta que atraviesa todo el predio de la Universidad Federal Rural de la Amazonía (UFRA) es todo exuberancia verde. Tanto, que sobre un alambre un cartel advierte en portugués e inglés: "Zona de riesgo, animales ponzoñosos".
Avanza una estridente movilización a favor de la legalización de la marihuana, desfilan indígenas de todo el continente, una muchacha con un megáfono convoca a una foto faraónica que escriba para los aviones "SOS AMAZONIAS", varios grupos ofrecen "abrazos gratis, libres de impuestos", no hay policías, sino bomberos. Todo esto, superpuesto, sucede en la novena edición del Foro Social Mundial, que entre el 27 de enero y el 1 de febrero reunió a más de 133 mil asistentes en Belem do Pará, en la puerta nororiental brasileña del Amazonas. Desde sus inicios en 2001, el foro convocó a todo el abanico altermundista, opositor visceral al por entonces pujante neoliberalismo. La consigna era tan clara como simple: "Otro mundo es posible".
De allí no salían plataformas políticas ni programas de acción concretos. Tanto, que hasta en su carta fundacional el FSM se define a sí mismo como un espacio "no deliberativo ni resolutivo". El objetivo era que, en un momento internacional de repliegue de las izquierdas, la "sociedad civil mundial" se expresara. El enemigo simbólico, el Foro Económico de Davos, que año tras año se desarrolla en el sofisticado centro de esquí suizo y que esta vez volvió a respaldar el libre comercio y se manifestó abiertamente en contra de una vuelta al "exceso de regulación" de los años '70. La coyuntura obligaba a otros escenarios. La crisis financiera internacional, sumada al silencio de las izquierdas y al ascenso de gobiernos progresistas en la región, demandaba otro tipo de debates. Ya no alcanzaban los puños en alto y las consignas grandilocuentes para dar la batalla.