Tanta palabra dicha y escrita. Tanto elogio sincero y tanto charlatán de ocasión. Tantos que lo acompañaron siempre y tantísimos otros que supieron ponerle piedras en el camino, o que directamente le revolearon las piedras por la cabeza, o lo quisieron ignorar y negar, y ahora lo reverencian en una corte adulona y grosera. Tanta abundancia de Alfonsín en la simbolización política de estos días.
Todos quieren apropiarse de Alfonsín, representar sus valores, portar su legado, olvidar sus errores y disimular sus fracasos, llevar su bandera y agitarla, como propia, ante los ojos de una sociedad fatigada, desencantada, temerosa por la crisis que le prometen y ya se empieza a sentir, y que dentro de once domingos tiene que volver a votar.
Es algo empalagosa tanta abundancia, aunque no por eso menos merecida. Y muy entendible, si se echa un vistazo rápido, aun piadoso, a los actores políticos de hoy y a los libretos que recitan.
Los radicales, herederos naturales, se arremolinan ya sin pudor en torno de Julio Cobos, al que habían echado a patadas porque los abandonó para correr en brazos de la seducción kirchnerista. Eso fue antes de que Cobos abandonara a Kirchner y a Cristina, trepando de un salto a una popularidad que persiste y confirmando su notable capacidad para desplazarse hacia donde calienta el sol.
Los kirchneristas, ahora pretendidos compañeros de principios e infortunios de Alfonsín en un discurso que no creen siquiera sus más disciplinados centuriones, hablan de ilusorias paralelas con líder recién muerto mientras falsifican las candidaturas que vienen, anotando candidatos a cargos que no piensan ocupar. Quizás supongan, en el fondo de su historia y de su ideología, que "la democracia es un abuso de la estadística", definición infeliz de Jorge Luis Borges, que no era peronista justamente.
Los demás protagonistas de la política, gobernadores y diputados, piqueteros y ruralistas, funcionarios de todo rango, oficialistas y opositores, de la izquierda a la derecha y casi todos apiñándose en el centro, que es lo que receta la corrección de estos tiempos, tratan de llevarse su tajada de Alfonsín.
Todos le piden ahora un milagro a Alfonsín. Unos le ruegan hacerles ganar una elección que nunca soñaron. Otros, la utopía de dotarse de sus valores y principios, que a veces declamaron pero jamás, de verdad, tuvieron.
Quizás hagan bien en creer en las propiedades milagrosas del Presidente de esta democracia maltrecha que entre todos supimos construir. Porque a Alfonsín se le puede atribuir por lo menos un "hecho no explicable por las leyes naturales", que es como la Real Academia define el milagro: Alfonsín hizo que Borges creyera en la democracia.
Ese Borges, argentino notable, antiperonista cerril, "un genio pero no un sabio" según la filosa definición del gran Osvaldo Bayer, y que fue contemplativo con dictadores como Videla y Pinochet, que supo condecorarlo. El mismo Borges que le había dicho a Bernardo Neustadt, a quién si no, aquello de "la democracia es un abuso de la estadística, y además no creo que tenga ningún valor". Palabras dichas en julio de 1976, cuatro meses después del golpe de Videla y Massera, ni antes ni después, y publicadas en Extra, la revista de Neustadt.
El mismo Borges que, a tono con los tiempos, finalmente, en un artículo publicado por Clarín el 22 de diciembre de 1983 titulado "El último domingo de octubre", decía cosas como éstas:
"Escribí alguna vez que la democracia es un abuso de la estadística; yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que la definió como el caos provisto de urnas electorales. El 30 de octubre de 1983, la democracia argentina me ha refutado espléndidamente.
"Es casi una blasfemia pensar que lo que nos dio aquella fecha es la victoria de un partido y la derrota de otro. Nos enfrentaba un caos que, aquel día, tomó la decisión de ser un cosmos. Lo que fue una agonía puede ser una resurrección. La clara luz de la vigilia nos encandila un poco. Nadie ignora las formas que asumió esa pesadilla obstinada.
"Tantos años de iniquidad o de complacencia nos han manchado a todos. Tenemos que desandar un largo camino. Nuestra esperanza no debe ser impaciente.
"Asistiremos, increíblemente, a un extraño espectáculo. El de un gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza.
"La esperanza, que era casi imposible hace días, es ahora nuestro venturoso deber".
Borges murió el 14 de junio de 1986. Alfonsín, el 31 de marzo de 2009. Lo que ellos representan sigue vivo.