(Osvaldo Bayer – 1985)
Estuvimos tras las huellas dejadas por esa figura inolvidable de la solidaridad y fraternidad humanas: el obispo Angelelli. Y nos dimos de frente con una realidad cruel, muy cruel, increíblemente hipócrita. La realidad de nuestra sociedad y la de las columnas donde se asienta.
Acompañé a un equipo de la televisión alemana para filmar un documental sobre el obispo riojano cuya figura se agiganta cada vez más en el extranjero a medida que aquí se lo trata de esconder y negar día a día.
Uno de nuestros primeros pasos nos llevó a Neuquén, a conversar con el obispo De Nevares. El nos habló de la soledad de Angelelli en la asamblea episcopal. De Nevares nos relató con emoción cómo, recién después del asesinato del ministro de Cristo, se dio cuenta realmente de que hubiera podido hacer más, tal vez, por acompañarlo. Angelelli callaba los peligros que se cernían sobre él mismo y continuaba su lucha. Aunque no callaba las persecuciones de que eran objeto sus curas, sus monjas, sus laicos. Pero en el conciliábulo de los príncipes de
En Neuquén nos encontramos por casualidad con otro purpurado, el vicario general de las Fuerzas Armadas, monseñor Medina. Le preguntamos si quería opinar ante la televisión alemana acerca de la figura de monseñor Angelelli. Nos respondió nada más que esto: ";No! ¡no! y ¡no!" Con la arrogan¬cia de aquellos cardenales de
Pero, por lo menos, el obispo militar dio la cara. Hubo otro que no la dio y su repuesta fue igual de terrible. A través del cónsul alemán en Córdoba se pidió una entrevista al cardenal Primatesta. La respuesta telefónica -que recién se produjo siete días después-, fue rotunda: "De ninguna manera".
El presidente de
Calló hasta cuando las bandas uniformadas asesinaron a los pastores de sus propios rebaños. El "de ninguna manera" sonó como una cachetada en el rostro de quienes habían venido desde Europa a conocer la palabra de la jerarquía eclesiástica sobre el obispo riojano. Ahí sí que comprendieron lo que significa el pecado de soberbia, táctica un tanto burda para cubrir el pecado de complicidad -en este caso el silencio- ante toda una política que produjo el holocausto argentino.
La valiente actitud del obispo De Nevares, quien en 1982 declaró que el supuesto accidente de monseñor Angelelli había sido un crimen, obró para que la causa judicial se reabriera. Pero
Pero no sólo es
Porque una verdadera investigación por el asesinato de Angelelli se convertiría en un juicio a la sociedad argentina. Cómo es posible que cuando el honesto juez Oyola de Chamical ordena la detención del coronel Malagamba, el gobierno del doctor Alfonsín responde ascendiendo al inculpado a general de
¿No es eso acaso intromisión en la justicia, no es eso una presión enorme sobre las espaldas de un juez absolutamente solo que tiene ya los hilos de la confabulación que llevó al asesinato de los curas Murias y Longueville, verdadero prefacio a la posterior eliminación de Angelelli?
Hay testigos que vieron a los dos curas en
El asesinato de los dos "padrecitos" -como los llaman los pobladores humildes de
Los culpables siguen libres. Ascendidos, o en sus latifundios o en sus puestos de gobierno. Tal vez el símbolo más patente del pecado de toda una sociedad riojana sea el estado actual del latifundio de Azalini. Ese fue el predio -tierra y agua juntas- que monseñor Angelelli quería que se diese a los campesinos sin tierra para que se organizara una cooperativa de trabajo. Por muerte del dueño, las tierras casi no se labraban, perdiéndose el agua. Cuando Angelelli expuso el proyecto de expropiación, comenzó la campaña contra el obispo llamándolo comunista y acusándolo de querer hacer funcionar un "Koljós". Eran tiempos del primer gobierno de Carlos Saúl Menem. El proyecto llegó a la legislatura y fue rechazado por el voto de los diputados radicales y de la mitad de la bancada justicialista. El sueño del obispo y sus pobres campesinos no pudo cumplirse. Hoy habría que llevarlos a esos legisladores que se llenan la boca con la palabra democracia -que no es sólo el derecho a voto sino también el derecho a compartir las riquezas de la tierra- a visitar el latifundio Azalini: todo abandonado. Las casas en ruinas, los campos inservibles ya por las malezas -se necesitarían millones para limpiarlos- y el agua que se pierde. Lo que hubiera podido ser un vergel de frutos, solidaridad y trabajo, es hoy un páramo.
A Angelelli no sólo lo habían matado los verdugos de uniforme sino toda una sociedad egoísta y farisea.
"La muerte de monseñor Angelelli -nos dijo el actual obispo de
El juez de Chamical. Héctor Antonio Oyola, que llevó la causa de los dos curas asesinados desde 1985 pidió a la jerarquía eclesiástica colaboración para profundizar la investigación. Los cardenales Aramburu y Primatesta y también el obispo Rubiolo quien se había hecho cargo de la diócesis de
El juez de instrucción de
OSVALDO BAYER
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