sábado, 22 de abril de 2006

La conversión de Bartolomé de las Casas

Enrique DUSSEL

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Según él mismo ha dejado escrito, había llegado a América, apenas nueve años después del primer viaje de Colón, y participado en la conquista violenta de los indios tainos. Ya como sacerdote, participó en la conquista de Cuba, realizada "a sangre y fuego". Recibió como pago de sus servicios, en el reparto, un grupo de indios que trabajaban para él. Durante 12 años, nos dice de sí mismo: estuve bien ocupado y cuidando mis granjerías, como los otros, enviando los indios de mi reparto a las mismas, a sacar oro y hacer sementeras, aprovechándome de ellos cuanto más podía".

En abril de 1.514, le pidieron que celebrara la Eucaristía y les predicara el Evangelio. Se preparó considerando las lecturas. Lo golpearon de tal manera, que no pudo celebrar la Misa. El texto que lo impactó, es del Libro del Eclesiástico, capítulo 34, versículos 18 al 22:

"Sacrificar cosas mal habidas, es ofrenda impura: a Dios no le agradan los presentes de los malvados. No se complace el Altísimo en ofrendas de los impíos; ni perdona los pecados por muy numerosas que sean las víctimas. Inmola un hijo ante los ojos de su padre, quien ofrece algo a Dios robándoselo a los pobres. La vida de los pobres depende del poco pan que tienen; quien se lo quita es un asesino. Mata a su prójimo quien le arrebata el sustento; vierte sangre quien le quita el salario al jornalero".

"Comencé -continúa el sacerdote- a descubrir la miseria y servidumbre que sufrían aquellas gentes (los indios). Aplicando lo uno (el texto bíblico) a lo otro (su propia situación), descubrió por sí mismo, convencido de la misma verdad, que era ceguera, injusticia y tiranía todo cuanto acerca de los indios se cometía" (De la Historia de las Indias, libro III, cap. 79).

Y Bartolomé de las Casas, que ése era el sacerdote, no celebró su misa. Descubrió de pronto que el "pan" que pensaba ofrecer había sido arrebatado a los pobres; que era asesinar a los indios arrebatarles el fruto de su trabajo. Y como estaba por "decirles misa", dijo a los españoles que "no se podían salvar" si trataban de esta manera a los indios. Vio el pan manchado de sangre.

Se cuenta de san Francisco Solano, que predicó el Evangelio en el Norte Argentino con su violín, y cuya imagen se descubre todos los días a los turistas en la quebrada de Humahuaca, que una vez lo invitaron a comer unos conquistadores. Al bendecir la mesa tomó un pedazo de pan y lo apretó en sus manos, y comenzó a salir sangre. Y que el santo dijo entonces: "esta sangre es la de los indios". Y se retiró sin comer bocado.

Quien ofrece entonces a Dios un pan robado al pobre, ofrenda a Dios la sangre, la vida, del pobre. El pobre (el indio), es el hijo. Y Bartolomé sintió que ofrecía al Padre la misma vida de su hijo, que "sacrificaba al hijo en presencia de su Padre". Cuando Bartolomé descubrió que el pobre era el indio... Cuando descubrió que él era el que explotaba al indio... Cuando descubrió que iba a ofrecer en la Eucaristía el pan robado a los pobres... no pudo celebrar más la eucaristía. Antes, liberó a sus indígenas el 15 de agosto de 1514, "y aunque no tenía un solo centavo, ni de dónde sacarlo, sino una yegua que podía vender... se propuso ir a Castilla y relatar al Rey lo que pasaba". Allí comenzó su entrega total por la justicia, que ocupará el resto de su vida, cincuenta y dos años de muchas persecuciones.

Y pudo volver a celebrar su eucaristía... porque ofrecía un pan que no arrebataba a los pobres. Ofrecía el pan de justicia, el pan -fruto de la tierra y del trabajo de los humanos- amasado con su trabajo en favor de los más pobres.

Dios no desea que se le ofrezca la vida del hijo asesinándolo en su presencia. Dios quiere la vida de sus hijos; lo que desea justamente como ofrenda es el trabajo por la vida de los que sufren: dar de comer al hambriento, devolver la vida al moribundo, incrementar la vida del que está perdiéndola, ése es el culto que ama el Altísimo. El culto eucarístico sólo puede ser recibido por el Padre, si es pan de justicia, pan que ha quitado el hambre, pan repartido y multiplicado para saciar el hambre de los hambrientos.
(Extractado de un artículo de Enrique Dussel,
"El pan de la celebración, signo comunitario de justicia", Concilium 172, pgs. 236 y ss)

sábado, 8 de abril de 2006

Sueño de libertad

Por Oscar Taffetani*. Espartaco es un nombre de origen griego. Quiere decir “el que siembra”. Nadie recuerda el nombre de un esclavo tracio que fue llevado como gladiador al circo romano, en el 70 antes de Cristo. Pero todos saben que Espartaco es el nombre del líder de la más importante rebelión de esclavos que conoció el mundo antiguo.

Siglos después, al otro lado del Atlántico, otro esclavo llamado Breda (por la plantación en la que había nacido) acaudilló el primer grito emancipatorio de América. Breda propuso -tremenda osadía- que la consigna “Libertad, Igualdad, Fraternidad” echada a los cuatro vientos por la Revolución Francesa, valiera también... para los negros de Haití.

Hoy nadie recuerda a un esclavo haitiano llamado Breda. Pero sí recuerdan, la memoria popular y los diccionarios, a Toussaint Louverture (Louverture quiere decir, en créole, El Comienzo).

A diferencia de los linajes imperiales, de la “sangre azul” y los frondosos árboles genealógicos que suelen cultivar los dueños de la tierra, los esclavos no tienen otro abolengo que su sangre roja -siempre roja- ni otra herencia que los callos de sus manos y que su esperanza.

Son un presente perpetuo. Y un sueño, nunca abandonado, de libertad.

Los nuevos esclavos

Cuatro chicos, una mujer y un hombre -dicen los diarios- murieron el jueves 30 de marzo, en el incendio de un taller textil que funcionaba en el barrio de Caballito, Buenos Aires.

El jefe de Gobierno porteño, Jorge Telerman, alertado sobre “otro posible Cromañón”, llegó rápidamente al lugar. Allí le informaron que el taller incendiado contaba con la debida habilitación municipal. Y también, que en ese taller había “trabajo esclavo”.

Autoridades nacionales y municipales se lanzaron al conocido juego de las acusaciones mutuas, por las tareas incumplidas de un Estado ausente (o cómplice, digámoslo con propiedad) que permite que el trabajo inseguro, ilegal y en condiciones de esclavitud crezca hasta proporciones nunca vistas, en pleno siglo XXI.

Un diario argentino publicó, el pasado domingo, que habría en Buenos Aires unos 12 mil obreros textiles bolivianos y peruanos, trabajando en condiciones de esclavitud.

La Unión de Trabajadores Costureros, modesto sindicato de una más modesta cooperativa de trabajadores bolivianos, presentó más de cien denuncias sobre talleres ilegales, que hasta ahora no habían sido escuchadas. Ellos calculan que son tres mil los trabajadores sometidos a un régimen de esclavitud, sólo en la ciudad de Buenos Aires.

En cuanto al trágico incendio de Caballito, todavía no se han publicado los nombres de los cuatro niños muertos allí. Los medios evalúan, tal vez, que es un detalle que poco aporta al conocimiento de los hechos. Sí trascendió -por denuncia de su marido- el nombre de Máxima, una obrera boliviana que habría perecido, junto a sus dos hijos, al no poder salir del local.

Paradójicamente -pensamos- a la hora en que Máxima moría asfixiada en un taller-ratonera, donde su vida no valía más que una pila de jeans para cortar, otra Máxima, princesa de Holanda, se hallaba visitando, junto a la reina Beatriz, los palacios ministeriales argentinos.

Reina y Princesa daban clases de “moda real” (así dijeron los diarios) a ministros, funcionarios y admiradores.

La Máxima de “sangre azul”, probablemente, nunca se enteró de que otra Máxima, esclava, murió con sus hijos en el barrio de Caballito, un jueves de marzo del siglo XXI, sin poder alcanzar su esquivo sueño de libertad.

* Artículo publicado en la Agencia Pelota de Trapo
(APE).http://www.cta.org.ar/base/acta.php3?id_mot=358

Argentinidad al palo


PANORAMA ECONOMICO Pàgina 12 (hoy)
Por Alfredo Zaiat
Avellaneda, a mediados de la década del ’60, era una calle empedrada, donde los chicos jugaban con libertad, interrumpida cada tanto por el colectivo 99 o algún automovilista desorientado. A lo largo de esa avenida, relegada a una arteria secundaria por la siempre respetable Gaona, de la que está separada por pocas cuadras, se sucedían casas bajas, una tras otras. Había muy pocos comercios, los necesarios para un barrio tranquilo donde convivían en armonía las colectividades de inmigrantes judíos y árabes, experiencia que merecería ser estudiada. La transformación acelerada comenzó en la década del ’90. Antes había empezado a desarrollarse un pequeño centro comercial, pero de escasa relevancia, nunca pensado como competencia del Once. En los años de la convertibilidad, las viviendas de esa avenida se convirtieron sin pausa en locales, que se alquilaban a valores elevados en dólares. Pero la revolución comercial de Avellaneda, ya bastante convulsionada por esos cambios, empezó a vislumbrarse a fines de los ’90, para estallar con la devaluación. El rubro textil renació con un dólar alto que frenó las importaciones, y el área de demolición de casas, chalet y viejos almacenes y quioscos se extendió a las calles aledañas (la tradicional Confitería El Globo fue uno de los últimos en capitular por casi 1,5 millón de dólares). Sobre esos lotes se construyen locales con talleres incluidos en las plantas superiores. Y del mismo modo que en el Once, se instalaron comerciantes de la comunidad coreana y también boliviana. Los precios que se pagan por el terreno de las viviendas para destruir, los valores de venta de los locales, así como también los que se fijan por la llave y el alquiler mensual, son tan desproporcionados en dólares como la desmesura de la explotación de los trabajadores. Así se entiende que por un local normal, por ejemplo, se desembolse 200 mil dólares por un contrato de tres años de alquiler (llave más mensualidad), porque la mercadería se hace en talleres propios o tercerizados, pagando al costurero pocas monedas por cada prenda.

El drama del taller de Caballito –donde murieron seis personas– revela una forma de producción, más allá de cuestiones morales. Se trata de la adaptación del toyotismo a un grupo de trabajadores vulnerables por su condición de inmigrante. Lo esencial del toyotismo, según afirma Satoshi Kamata en su libro Japan in the Passing Lane –un reportaje clásico sobre Toyota–, es lo que él mismo caracterizó como “la fábrica de la desesperación”. Esto significa que el objetivo es reducir el “desperdicio”, que traducido en lenguaje llano implica que si el trabajador respiraba y en cuanto respiraba durante algunos momentos no producía, lo urgente entonces era encontrar el modo de que pudiera producir respirando y respirar produciendo. Pero nunca respirar sin producir. Basándose en ese modelo, Toyota consiguió reducir en un 33 por ciento el “tiempo ocioso” o el “desperdicio” en sus procesos de fabricación. De ese modo, la industria automovilística japonesa, que era casi inexistente en 1955, superó a la de Estados Unidos 20 años después. “La industria japonesa había hallado el modo de llevar la productividad hasta la cima”, explica el docente en Sociología del Trabajo de la Universidad de Campinas, el brasileño Ricardo Altuness.

El toyotismo no es una creación original japonesa. Satoshi Kamata admite que se inspiró en el modelo de los supermercados y en el de la industria textil: niveles alarmantes de explotación del trabajador, de intensificación del tiempo y del ritmo de trabajo. Esas condiciones de ultraflexibilidad laboral se ha expandido –ya sin las normas formales de una planta productiva– en las últimas dos décadas a los países periféricos, ante la necesidad de las multinacionales de incrementar su productividad y, por lo tanto, mantener su tasa de ganancia frente a la competencia. Predomina, entonces, una clase de operario en condiciones de precariedad, como los empleados-niños de Nike o Adidas en Indonesia, los bolivianos en los talleres de Caballito y Floresta o los chinos en la propia China, que trabajan todo el día por la cama, la comida y monedas. Los empresarios de Avellaneda –judíos, coreanos y también bolivianos– argumentan en charlas informales que es la única forma de competir con la importación china. Es la misma lógica de producción implementada por Toyota para competir y desplazar del liderazgo del mercado a los autos estadounidenses.

Esa forma de explotación provoca la indignación mediática y la reacción oportunista de las autoridades porque murieron seis personas. Pero hace pocos meses hubo una protesta de trabajadores bolivianos (de la firma Montagne) por las mismas condiciones de trabajo por las que hoy se clausuran talleres sin generar repercusión oficial ni cierre de locales. La red de corrupción que rodea a ese circuito económico es muy amplio. Y la vista gorda del Estado, desde inspectores y policías, forma parte inseparable de esta historia. Nadie puede hoy sorprenderse por las formas de organización con marcada informalidad del sector textil. El Mercado Central a comienzos de los ’90 y las grandes ferias del Conurbano, con La Salada como centro emblemático, que venden indumentaria de marca falsificada a bajísimos precios, son grandes productores de mercadería en negro. El sector textil siempre se caracterizó por su elevada informalidad. Y como en tantas otras cosas, esa industria empezó a imitar a gran escala las formas de producción de esos centros de marginalidad. Avellaneda ha empezado a competir con, por ejemplo, La Salada. Por eso se produjo una migración de talleres y trabajadores bolivianos de ese gran mercado concentrador de lo trucho hacia Avellaneda. Basta con recorrer el barrio los días de semana y ver las decenas de ómnibus del interior que traen comerciantes del interior a comprar mercadería. Antes iban a La Salada.

Los trabajadores inmigrantes de países limítrofes no desplazan a los nativos, porque éstos no realizarían las tareas en esas condiciones. Ellos vienen a ocupar el lugar en el sistema laboral-productivo que en su momento tuvieron los migrantes del interior del país, los cabecitas negras. Igualmente aparece en el imaginario colectivo la idea de la usurpación de los escasos puestos de trabajo y el usufructo de la riqueza nacional. Pero eso no es así. Resulta irrelevante, por lo tanto, plantear una encuesta o dar crédito a oyentes de la radio sobre qué se debería hacer con los trabajadores bolivianos. Así sólo se alimenta la xenofobia y el racismo, al emerger ese rostro perverso de la discriminación que algunos estudiosos del tema denominan “psicosis de inmigración”. Uno de ellos, Susana Novick, sostiene que indicar a los inmigrantes como los responsables de los males internos, “despertando oleadas xenófobas en críticos momentos históricos”, forma parte de una asociación “de larga data y gran circulación en el seno del discurso político y en la legislación del Estado”.

La Argentina ya no tiene el modelo integrador del inmigrante como el de 1880, que postulaba hacer de cada extranjero un argentino. Hoy el inmigrante es rechazado. Sufre una doble exclusión, como precisa la especialista Adriana Rizzo, en El caso del inmigrante en la Argentina en los tiempos de la globalización: sus huellas en los discursos mediáticos, porque “el otro” extranjero “sin derechos aparece como que viene a robar al argentino lo poco que tiene. Y, además, sufre la exclusión social marcada por la resignación a aceptar trabajos informales, la sobreexplotación, la falta de derechos y protección social”. Por ese motivo no es insignificante cuál es el discurso político y mediático ante la situación de los trabajadores bolivianos, puesto que el que predominó en la década pasada activó el racismo y la xenofobia latente como respuesta socialmente aceptable en una situación de crisis

sábado, 1 de abril de 2006

“Estamos peor que en los ‘90”


Carlos Tomada, ministro de Trabajo, ofreció una conferencia de prensa para explicar cómo evoluciona para bien el mercado de trabajo. Claudio Lozano no está de acuerdo y cuestiona toda la política económico-social.
El ministro de Trabajo, dijo que se viene registrando no sólo “la mejora en la calidad” del empleo, sino también “una progresiva mejora de la estructura ocupacional”.

Tomada comunicó que con el aumento del empleo registrado durante el mes de febrero, ya son 41 los meses de crecimiento sostenido, al dar a conocer los indicadores laborales.
Durante el 4to. trimestre del año pasado el índice de los asalariados que trabajan ‘en negro’ se ubicó en el 45,5%, 3,4 puntos porcentuales menos que en el mismo período de 2004.
La caída en el indicador implica que unos 200.000 trabajadores pasaron a desempeñarse en el sector formal de la economía el año pasado, con lo que los empleados en negro serían al final de 2005 unos 4,7 millones de persona.

Esta es, la entrevista que le hizo al economista y diputado nacional Claudio Lozano, un periodista del sitio La Vaca, y que se tituló “Estamos peor que en los ‘90” (y si de algo no puede acusársele a Lozano es de ser un melancólico de los ‘90):


-Los diarios nos reciben cada mañana con una nueva noticia sobre la mejoría económica, ¿qué tan bien estamos según su análisis?
-Por lo general la visión vulgar del debate económico suele presentar diferencias entre ciclos recesivos y ciclos de expansión. Pero el modo en que se distribuye esa carga recesiva o los beneficios del crecimiento quedan, en general, fueran del análisis. Efectivamente, acá hay una diferencia. Argentina vive una etapa de recuperación económica que es diferente en su dinámica al proceso de fuerte caída que tuvo desde mediados de 1998 hasta mediados de 2002. En ese período, la Argentina cayó 20 puntos, que son casualmente los que está recuperando a tasas aceleradas en los últimos tres años. Ahora estamos apenas un poco por encima del nivel de actividad económica de 1998. Pero esta visión deja afuera las condiciones de organización misma de la economía. El colapso de la convertibilidad y la devaluación cambiaron el esquema de negocios de la Argentina sin que se haya alterado su régimen de alta concentración, sin que se haya alterado el patrón distributivo de profunda regresividad, sin que se observen cambios sustantivos en el modo de intervención del Estado y sin que haya diferencias sustantivas en el tipo de inserción que el país tiene en términos productivos y financieras en la economía mundial. Los basamentos estructurales de la experiencia que la Argentina vivió en los últimos 30 años siguen intactos. Lo único que cambió tras la devaluación, fue el régimen de negocios.

-¿Qué cambió y qué sigue igual?
-En la etapa pasada los negocios principales y de mayor rentabilidad eran los vinculados a la especulación financiera o a las áreas de servicios privatizadas y, consecuentemente, los niveles de rentabilidad de actividades productivas eran menores. En la etapa actual, la renta que obtienen las actividades productivas son mayores, y la de las áreas vinculadas a los servicios de las áreas privatizadas son menores que antes. Pero el hecho de que haya un cambio en el esquema de negocios sin modificación en los basamentos más estructurales determina algunas cosas: si bien se recuperó el nivel de actividad económica, llegando a los niveles del ‘98, la recuperación en términos sociales es más lenta. Lo que parece observarse es que la Argentina termina de organizar un esquema económico después de la devaluación que se sostiene en condiciones de mayor explotación de la fuerza de trabajo y de mayor pauperización que los que dominaron las condiciones de funcionamiento de los 90.

- ¿En base a qué datos saca estas conclusiones?
-Ejemplo: la Argentina tiene mayores niveles de actividad económica que en el año ‘98, pero cuenta con una tasa de desocupación superior a la que existía en aquel momento. En el ‘98, la desocupación estaba en el orden del 11 por ciento. Hoy, incluyendo, a los que perciben planes, la Argentina está en el orden del 13%. Y el ingreso promedio de los argentinos actualmente es inferior al que había entonces: está un 25% por debajo de aquel momento. Hay otra relación muy importante, que ha cambiado y es muy determinante: la relación entre el ingreso promedio y el nivel necesario para que un hogar tipo no sea pobre. En la Argentina actual, el ingreso promedio está aproximadamente 10 puntos por debajo de lo que necesita un hogar para ser pobre. En el ‘98, el ingreso promedio estaba 34% por encima de lo que necesitaba un hogar para no ser pobre. En aquel momento había 10 millones de pobres, hoy existen 15 millones.

-Ya me lo imagino a Néstor Kirchner confrontando con usted, diciendo: “Esos son los que dicen que con Menem estábamos mejor...”.
-Lo que hay que hacer es entender la realidad. La situación social argentina no se construyó de un día para otro. Fue el resultado de una etapa de reestructuración de la economía que implicó el predominio de la actividad financiera en desmedro de lo productivo. Implicó también cambios distributivos importantes. Pero el modo de construirse fue a través de distintas crisis: hubo una en el ‘76/’77, que fue el momento de instalación del proyecto regresivo de la dictadura, hubo una nueva crisis en el ‘82, otra en el ‘89, una en el ‘94/’95 y la última en 1998/2002. Cada crisis lo que nos demuestra es que luego de su pico se instituye un plan de relativa normalidad que siempre es mejor al momento propio de la crisis. Por lo tanto si uno compara el modelo de la tablita cambiaria de (José Alfredo) Martínez de Hoz del ‘78 al ‘81 va a encontrarse con situaciones, en términos relativos, mejores que las que caracterizaban el período de la crisis ‘75/’76. Ahora lo que lo no sucedió nunca es que se volviera a los niveles previos a la crisis. Y esto pasó en todos los casos.

- ¿Y qué perspectivas ve ahora de que se vuelva a los niveles previos a la crisis?
-Lo que uno observa no es alentador. Porque si uno hoy tiene niveles de actividad superiores a los del año ‘98, no es lógico que tenga mayor tasa de desempleo, debería tener menor. La lógica sobre la cual se organiza la salida productiva y exportadora de la Argentina actual se sostiene en mayor explotación de la fuerza de trabajo y mayor empobrecimiento de la sociedad. Es cierto que estamos mejor que en 2002. Pero también es cierto que estamos peor que en los ‘90. Y no es claro que la cosa mejore. Si vamos al patrón distributivo, hoy tenemos en términos de participación del total del PBI, que los que están ocupados y no son patrones reciben 5 ó 6 puntos por debajo de lo que recibían en 2001. Y si bien hubo una pequeña recomposición en 2003, lo cierto es que en 2004 y 2005 se agudizó la desigualdad. Da la sensación que se estabiliza un nuevo piso de pobreza: si en los ‘90 la pobreza estaba en el orden del 25%, ahora da la sensación es que ese piso estará por arriba del 35%, sino el 40%. Porque digo esto: porque cada vez hay más datos que indican que el crecimiento tiene un menor derrame.

-¿A qué datos se refiere?
-El nivel de empleo que genera cada punto de crecimiento de la economía, cada vez es menor. La economía generó mucho empleo en 2003, la mitad en 2004 y la mitad de la mitad en 2005. La economía creció en los últimos tres años casi al 9% cada período. Entonces, ese mismo 9% cada año genera menos empleo. El segundo elemento es que la composición del empleo no se ha alterado: sigue repartiéndose por mitades entre empleo formal y empleo ilegal o informal y estos últimos tienen un menor nivel de ingreso. El tercer dato es que el empleo en blanco que se genera -que es el que se propagandiza- tiene niveles salariales inferiores a los históricos. La persona que ingresa hoy a un trabajo no lo hace con el promedio salarial de los trabajadores que ya están en el mercado, sino por debajo. Estos tres elementos indican que el derrame tiende a agotarse, por eso cada vez es menos lo que bajan la pobreza, la indigencia y el desempleo. Además, hay otro tema importante: la capacidad de sostener esta tasa de crecimiento, que depende del volumen de inversión. Con una inversión que está en el orden del 20% del PBI no parece posible sostenerla. Hasta ahora eso se logró porque hubo una ganancia de productividad muy grande sobre la base de la capacidad instalada. Pero, en verdad, lo que se invierte es de carácter marginal. Eso se advierte cuando se mira la composición de la inversión. El 60% ó 65% proviene de la construcción, se vincula al boom inmobiliario residencial y privado, que es una de las actividades que en el modelo vigente tiene niveles importantes. Pero esto nos reenvía a lo que dije antes: el boom inmobiliario tiene que ver con la distribución del ingreso. Porque con una distribución profundamente injusta como tiene la Argentina, el patrón del mercado interno está basado en el consumo de los segmentos altos de la población. Los dos sectores que están funcionando son el de la construcción residencial y el automotriz. La construcción residencial tiene límites en términos de inversión reproductiva y la industria automotriz, en realidad, es una armaduría, porque los autos se traen en forma completa del exterior o se fabrican con una elevada proporción de componentes importados.

-¿Cómo definiría al modelo K?
- El modelo vigente es un modelo hacia afuera, de colocación de naturaleza barata en el mercado mundial. El patrón de exportaciones no tiene diferencias respecto al anterior a la crisis. La devaluación no ha modificado el perfil exportador en términos de agregación de valor. Y, en segundo lugar, es un modelo hacia arriba, en el sentido de atender las demandas de los sectores más acomodados de la población. El modelo se sostiene orgánicamente en una distribución más regresiva. Sobre este esquema se construye la ideología desarrollista el gobierno actual. Todas sus políticas tienen como único objetivo ver cómo se sostiene la tasa de inversión. El gobierno no ha tomado como eje el tema de la distribución del ingreso.

- ¿Se anima a enunciar medidas concretas que permitan una mejor distribución de la riqueza?
-Lo primero que hay que entender es que una economía con alto nivel de concentración, con una fuerte desindustrialización y con un mercado informal tan grande, solo reproduce desigualdad si uno la deja funcionar sin producir intervenciones específicas. Así las cosas, la economía puede crecer pero de manera desigual. Y para modificar eso hay que actuar en todas las áreas. Si existe un mercado formal que representa sólo el 30 por ciento del mercado laboral, lo que hay que pensar son políticas de carácter universal. Si el Gobierno fija el salario mínimo y cree que de esa manera se le pone un piso al mercado laboral, se equivoca. Porque en realidad el salario mínimo tiene que ver con los trabajadores privados que están en blanco y con los trabajadores del sector público a nivel nacional. Pero deja afuera a los desocupados, a los que están en negro, a los trabajadores de los estados provinciales que están en blanco (que no se rigen por el salario mínimo). En consecuencia, el verdadero salario mínimo no son los $ 630 que se fijaran por última vez, sino que son los $ 150 del plan Jefas y Jefes o los $ 225 del plan Familias, según el último anuncio Lo que uno tiene que tener es una estrategia de transferencia de ingresos que le llegue al conjunto de la población. El FRENAPO (Frente Nacional contra la Pobreza) había planteado un programa que planteaba un seguro de desempleo y formación para el desocupado y se completaba con una asignación universal para todos los pibes y una jubilación universal para todos los mayores sin cobertura. El seguro de empleo y formación más la asignación universal permitían a los hogares estar por encima de la línea de pobreza. Un estado debería garantizar que nadie se ubicara por debajo.

- El posibilismo político dice que eso es sólo una utopía.
-Objetivamente, la Argentina tiene condiciones para hacerlo. Basta observar el producto, la generación de riqueza anual, y lo que consumen los hogares. El total que consumen los argentinos equivale a la compra de canastas básicas para que 120 millones de personas no sean pobres. Si tenemos 15 millones de pobres es porque mientras que algunos se quedan con muchas canastas otros no tienen ninguna. Lo que se requiere es un tipo de intervención que replantee la transferencia de ingresos. Y si se cambia la distribución, cambia la demanda. Ya no tendrías demanda sostenida por el sector de altos ingresos sino por los sectores populares. Esto, a su vez, cambia el perfil de producción.

- Concretamente, ¿de dónde obtendría los recursos económicos para la asignación universal?
-De los recursos fiscales que se disponen. Si uno hace números, el Estado estaría -aún después de haberle pagado la deuda al Fondo-, con niveles de recaudación suficientes para pagar inmediatamente $ 70 por pibe y garantizar la ayuda escolar anual de $ 130. Estas dos cosas hoy tendrían un impacto muy significativo: 5 millones de personas dejarían de estar por debajo de la línea de pobreza o de indigencia. Si encima el Estado pusiera en marcha alguna estrategia de reconstrucción de su capacidad financiera, poniendo en marcha una reforma impositiva, los logros podrían ser mayores. Pero el gobierno ha clausurado esa discusión. Ya lo había clausurado (el ex ministro Roberto) Lavagna y ahora que aparecieron versiones de que la nueva ministra, Felisa Micelli, quería hacer algo, fue el mismo Presidente que dijo que ni había que hablar del tema. Si hubiera una reforma impositiva se recaudaría más: la Argentina recauda mal y poco.

-¿Por qué?
- La Argentina recauda 26 ó 27 puntos mientras que Brasil recauda 35 puntos. Y recauda poco porque lo hace mal. La carga impositiva está formulada en base a impuestos sobre el consumo, que tienden a gravar a los sectores medios y de menores ingresos. Hay un escaso peso sobre las rentas. El impuesto a las ganancias mantiene exenciones a los pagos de dividendos en las sociedades, al cobro de alquileres, a las rentas financieras, a la compra-venta de títulos. Y todo esto con independencia de la fuerte fuga que hay vinculada con la ausencia de articulación entre la administración tributaria nacional y las administraciones tributarias provinciales. Porque la verdad es que es muy difícil cobrar ganancias o bienes personales a nivel nacional sin vincularlo con lo que las provincias cobran en términos de inmobiliario urbano o rural, o automotriz. La ausencia de coordinación implica que no haya un padrón único de grandes contribuyentes. Hay más elementos, como la reforma previsional. Hoy existe una cantidad de fondos que se transfiere de los trabajadores en actividad a las administradoras de fondos de jubilación y pensión, un régimen que no resuelve el sistema previsional. Si se retomara el sistema público, se recuperarían 7.000 millones por año. También se podría restituir las contribuciones patronales a los niveles que tenían en 1993. En ese momento se modificaron con el argumento de que el dólar estaba 1 a 1, pero estamos 3 a 1. Si se quiere, esto podría hacerse exceptuando a las pequeñas empresas. Todas estas reformas implicarían recursos múltiples, sin pensar si quiera en el uso de las reservas.

-¿Por qué razón, entonces, un gobierno que podría pasar a la historia por terminar con la pobreza no toma este tipo de medidas?
-Hay dos razones por las que nunca se llevan adelante las políticas de carácter universal. La primera es porque la universalidad pone en cuestión a buena parte del sistema político argentino. El hecho de que uno no tenga recursos para el conjunto de los pobres hace necesaria algún tipo de intermediación para cubrirlos monetariamente. Esto implica que hay alguien que dice “este recibe y este no”. Eso ha construido una parte relevante de lo que son las practicas clientelistas del sistema político actual. El primer punto de confrontación de las políticas de universalidad es que rompen las prácticas políticas que caracterizan a los partidos dominantes. El plan Jefas y Jefes llegó a tener mas de dos millones de beneficiaros, de los cuales 250 mil era manejados por organizaciones sociales. El resto lo entregaba el Estado provincial o municipal. El segundo tema es que si yo garantizo un piso de ingresos para las familias postergas equivalente a los niveles de pobreza, le pongo un piso más alto al mercado laboral y potencio la capacidad de discusión de los trabajadores ocupados. Consecuentemente, pongo en discusión las ganancias extraordinarias de las principales empresas del país. Implica también una confrontación con la estructura económica actual.
-¿Cuándo se habla de la nueva política no se plantea terminar con estas prácticas?

-Actualmente no hay una estrategia para desbordar el sistema político tradicional, solo existe un cambio en la organización de los actores: desaparecen algunos cacicazgos pero se mantienen otros. Hay una renovación de carácter generacional de estructuras pre-existentes. Puede perder poder (Eduardo) Duhalde, pero dentro del kirchnerismo hay un montón de duhaldistas y hasta menemistas. Además, como en esta lógica desarrollista se cree que si las principales empresas invierten se genera empleo y se resuelven los problemas, se percibe de una manera negativa presionar sobre la rentabilidad de las empresas. Y esto, desde una interpretación benigna. Desde una mirada maligna se podría decir que hay más intención de preservar los ingresos de las empresas que a mejorar la situación de la gente.

- Sin embargo, hoy no se escuchan en vos alta discursos que defiendan intereses empresariales. Al menos de manera tan obscena como en los’ 90.
-A partir 2001 hay un punto de inflexión en la vida política argentina. La sociedad fue capaz de cuestionar la experiencia política del neoliberalismo, pero tuvo como límite no haber sido capaz de construir una fuerza política que permita sostener un proceso de transformación. Esa etapa política existe y se expresa en algunas cosas: hoy, por ejemplo, el discurso legítimo para esta sociedad tiene que confrontar con lo que pasó en los 90. Y ese discurso, que tiene límites, se pudo sostener hasta ahora porque la transformación económica ha sido muy fuerte respecto al momento propio de la crisis. Naturalmente hay una visión de que se está mejor respecto al 2002, pero lo que va a empezar a discutirse ahora es “cómo es esto de que estoy peor que hace cinco años”. Porque ahora hay una política de contener la inflación, pero el principal sustento es anclar los ingresos de la gente. Si los precios no tienen que subir más que un uno por ciento mensual, los salarios ¿cuánto suben?. Porque si siguen igual, no se recuperan. En el 2005, una porción muy chica, el 6% ó el 7% de la fuerza de trabajo creció por encima de la inflación en promedio. Los trabajadores en negro, los trabajadores públicos, los que cobran planes crecieron por debajo de la tasa de inflación. Acá lo que va a empezar a notarse es que no se plantea una solución a la distribución del ingreso. Las estadísticas del INDEC son una señal, y el rechazo del Gobierno a esa metodología -que es la misma que se utilizaba hasta el mes anterior-, también. La brecha entre el 10% más rico de la población y el 10% más pobre se expandió a 31 veces. Lo mejor ya pasó, lo que viene ahora es una desaceleración de la tasa de crecimiento. Se crecerá menos, con derrame inferior.

- ¿Esa puja distributiva es la que motiva una mayor conflictividad gremial en relación con los ‘90?
- Hay un desplazamiento en el eje del conflicto. Antes estaba situado en quienes resistían el cierre de fuentes de trabajo, o se materializaba en un ámbito territorial a través de quienes habían quedado excluidos. Ahora lo que hay es una pelea por la distribución, y lo dominante del conflicto aparece en el ámbito gremial. Ahí aparece otro tema donde el gobierno tiene grandes contradicciones. Si quiero profundizar un proceso de distribución de ingreso necesito actores con capacidad de disputar en todos los lugares. Pero el problema que existe es que hay límites precisos a la actividad sindical. Más allá de las estructuras existentes, una tendencia muy fuerte de los grandes establecimientos, consiste en no permitir la organización de los trabajadores. Si alguien entra a Coca-Cola, en Barracas, te hacen firmar la renuncia, que se ejecuta en el mismo momento que participas de una actividad gremial. ¿Por qué se puede hacer esto? Porque la presión que existe con una tasa de desempleo del 13% es lo suficientemente significativa para que el trabajador lo acepte. Esto también determina que las grandes empresas, que son las que mejor pagan, tienen también la mayor tasa de explotación laboral. Si uno compara lo que percibe un trabajador en relación con la productividad de una empresa, la diferencia es brutal. La tasa de explotación es altísima, porque el resto del mercado laboral le fija un piso de discusión muy baja

Fuente Urgente24

"Hoy nos encontramos en una nueva fase de la humanidad. Todos estamos regresando a nuestra casa común, la Tierra: los pueblos, las sociedades, las culturas y las religiones. Intercambiando experiencias y valores, todos nos enriquecemos y nos completamos mutuamente. (…)

(...) Vamos a reír, a llorar y a aprender. Aprender especialmente cómo casar Cielo y Tierra, es decir, cómo combinar lo cotidiano con lo sorprendente, la inmanencia opaca de los días con la trascendencia radiante del espíritu, la vida en plena libertad con la muerte simbolizada como un unirse a los antepasados, la felicidad discreta de este mundo con la gran promesa de la eternidad. Y al final habremos descubierto mil razones para vivir más y mejor, todos juntos, como una gran familia, en la misma Aldea Común, bella y generosa, el planeta Tierra."

Leonardo Boff, Casamento entre o céu e a terra. Salamandra, Rio de Janeiro, 2001.pg09

Hacia un Socialismo Nuevo La Utopía continúa

¿Qué cambios hemos experimentado en función de las lecciones que nos ha dado la historia? ¿Qué actitudes, qué acciones son de esperar hoy de una militancia socialista? Nadie nace socialista, el socialista se hace. Personalmente y comunitariamente. Hay valores referenciales, eso sí, que son columnas maestras del socialismo nuevo: la dignidad humana, la igualdad social, la libertad, la corresponsabilidad, la participación, la garantía de alimento, salud, educación, vivienda, trabajo, la ecología integral, la propiedad relativizada porque sobre ella pesa una hipoteca social.

La Utopía continúa, a pesar de todos los pesares. Escandalosamente desactualizada en esta hora de pragmatismo, de productividad a toda costa, de postmodernidad escarmentada. La Utopía de que hablamos la compartimos con millones de personas que nos han precedido, dando incluso la sangre, y con millones que hoy viven y luchan y marchan y cantan. Esta Utopía está en construcción; somos obreros de la Utopía. La proclamamos y la hacemos; es don de Dios y conquista nuestra. Con esta «agenda utópica» en la mano y en el corazón, queremos «dar razón de nuestra esperanza»; anunciamos e intentamos vivir, con humildad y con pasión, una esperanza coherente, creativa, subversivamente transformadora.

Pedro CASALDÁLIGA

Para probar si sos human@


UTOPÍAS


Cómo voy a creer / dijo el fulano
que el mundo se quedó sin utopías

cómo voy a creer
que la esperanza es un olvido
o que el placer una tristeza

cómo voy a creer / dijo el fulano
que el universo es una ruina
aunque lo sea
o que la muerte es el silencio
aunque lo sea

cómo voy a creer
que el horizonte es la frontera
que el mar es nadie
que la noche es nada

cómo voy a creer / dijo el fulano
que tu cuerpo / mengana
no es algo más de lo que palpo
o que tu amor
ese remoto amor que me destinas
no es el desnudo de tus ojos
la parsimonia de tus manos
cómo voy a creer / mengana austral
que sos tan sólo lo que miro
acaricio o penetro

cómo voy a creer / dijo el fulano
que la útopia ya no existe
si vos / mengana dulce
osada / eterna
si vos / sos mi utopía


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Escrito por "Mario Benedetti"
Tomado de "Praxis del fulano" del libro "Las soledades de babel"

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