El movimiento de los trabajadores está constituido por miles de personas, los militantes que se reúnen, y participan activamente en la construcción de organizaciones sindicales, políticas, sociales y comunitarias y que luchan día a día por realizar un país más justo, que es decir un país más equitativo, que también es decir un país que reparta de un modo más justo la riqueza y el esfuerzo para producirla. Y también están los trabajadores que esperan silenciosos, invisibilizados, su oportunidad, ser convocados, o simplemente ya no esperan más, esos que desesperan y que andan entre la gente como muertos vivos.
Para los militantes esa lucha diaria se realiza contra diversos factores, en muchos frentes, que van desde la cotidiana supervivencia con las carencias y necesidades de hogares sumergidos en la pobreza, y se multiplican en las batallas de los conflictos individuales de trabajo, que tras los muros de las fábricas o los cristales de las oficinas, las paredes de las escuelas u hospitales, en la calle todos los días, se libran con hidalguía y sin resignación, aún cuando largas treguas pongan sordina al bullir de las injusticias que afloran donde haya una relación de explotación.
Es decir, junta presión, donde hubiera un trato desigual y desaprensivo de un ser humano contra otro ser humano, donde el apotegma de los ganadores y los perdedores pretenda justificar el todo vale y es refutado callada o ruidosamente por la conciencia de la dignidad humana, conquista del siglo pasado, herencia irrefutable de este tiempo que nos toca vivir.
Los espíritus de mujeres y hombres toman conciencia de una identidad común cuando se descubren en las mismas urgencias, bajo las mismas amenazas, sujetos de las mismas condiciones opresivas. Cuando constatan que son agredidos arteramente por la misma mentira, por el mismo engaño y desde esa nueva conciencia se resuelven a tomar en sus manos la historia para hacer de su destino un proyecto.
Cuando se sale del individualismo mezquino, movidos por la solidaridad, por ese sentir con el otro, cuando se conoce porque se sufre, porque se padecen las injusticias, cuando se intuyen al menos las causas de ese fatalismo que orada la piel como una macilenta llovizna de invierno, cuando se puede ver en el otro un igual, un semejante, un prójimo, en el mismo dolor, en la misma esperanza; entonces cambia la historia.
Porque cambia la perspectiva, ya no vamos en retirada, de repliegue en repliegue, sino empezamos a buscar el modo de cambiar la cosa, de entender eso del poder, de dar vuelta la torta, de hacerse un lugar para que crezcan los sueños, como los hijos que no esperan y que todos los días nos sorprenden con sus ganas de vivir, de ser, de estar y hacen su camino.
Entonces el mundo es una primavera, como la de este octubre que no se decide entre el frío y el calor, entre la pasión y el temperamento, pero que tiene otro pulso que moviliza los pasos, que alienta la marcha. Es ese estar con los otros, con los compañeros, que urge desde algún rincón de la conciencia, a salirse del bombardeo destellante del cañón de rayos catódicos por el que se uniforman y domestican los cerebros, no prestándose más a la pérfida manipulación de eso que llaman eufemísticamente caja boba.
Si se sale del truco conformista de la familia disfuncional adormecida con el baile morboso que invita a soñar con lástima, para birlar la rabia a cambio de un mal ensayado revolear de nalgas; entonces están el sindicato, el partido, la organización, que recuperan sentido como instrumentos, como herramientas necesarias, para realizar los sueños colectivos. Surge el desafío de hacer, de conseguir los medios, la forma de producir esos cambios, radicales y definitivos, profundos y verdaderos que pongan en realidades las esperanzas largas que no pueden seguir esperando.
Entonces el desafío del poder y la rabia.
Entonces ser obrero no es una vergüenza, y ser militante es un orgullo. Militante social, obrero, estudiante, docente, trabajador de la salud, de la cultura, profesional comprometido, ciudadano, son conceptos que cobran otra dimensión y que repudian con su sola existencia todas las complicidades que construyen y sostienen la estructura de un sistema de explotación y opresión de unas minorías aprovechadas y retorcidas, que son expuestas por la simplicidad llana del que procura para los demás, lo mismo que él se empeña en alcanzar.
La burocracia sindical, es un instrumento perverso, porque actúa exactamente al revés su rol de dirección de los trabajadores, ellos son dirigentes, llevan de la nariz o de prepo a la gente al campo donde pueden ser más fácilmente aprovechados por esas minorías que detentan el poder, un poder que está más allá del estado, pero que muchas veces se vale del estado para consagrar sus objetivos. Es decir apropiarse cada vez de una mayor porción de renta, obtener beneficios cada vez mayores, sin importarles que su riqueza para ser cada vez más opulenta, se realice con la miseria cada vez mayor de contingentes cada vez más grandes de la población.
Los militantes de todas las luchas sociales y políticas, este octubre sumamos un nuevo nombre a ese largo camino trazado por otros miles de Marianos Ferreyra, a los que les arrancan la vida cotidianamente y que nos señalan el rumbo de ese país mejor que queremos para todos.
Su vida es un grito de repudio y de rabia que sube desde el pecho y estalla en todas las gargantas de los que honramos su memoria, contra tanto traidor que se da maña para apropiarse de los sellos de las organizaciones sólo para satisfacer su miserable condición de figurante en los títulos de los diarios y en las chequeras de la vergüenza que pagan su pérfida existencia.
Este es otro frente de lucha de los militantes, contra los burócratas sindicales, que se aferran, a un cargo, a unos privilegios, dentro de las organizaciones, a cualquier precio, incluso de la vida de los trabajadores. Los sindicalistas empresarios, los sindicalistas eternos, los sindicalistas profesionales, los sindicalistas colaboracionistas, entregadores, asesinos.
Ese es el frente en el que estaba luchando Mariano, acompañando a otros trabajadores para ser parte de una organización laboral, sosteniendo su derecho a trabajar, sin que importen sus ideas políticas o su identidad sindical. Elemental derecho humano.
Ver también: jueves 21 de octubre de 2010
Un crimen contra la clase obrera: El asesinato de Mariano Ferreira