miércoles, 1 de septiembre de 2010

Salvemos nuestros Arboles añosos.

Agosto se termina y con sus días acaban los presagios y augurios del octavo mes, de zondas terrosos y enrevesados, de cardíacas prevenciones. Entre el frío del invierno y los primeros soles que van templando el espíritu, va quedando atrás otra mitad de año, caemos en la cuenta que el calendario corre a mayor velocidad que la noción de los días…

Se termina agosto, pero no terminan los zondas, que dicen durarán, disminuyendo su frecuencia y su intensidad por lo menos hasta noviembre. En realidad ese viento cálido que nos curte el cuero y destempla el ánimo aunque no despeine las ideas, es inseparable del paisaje, es un paisano con credenciales más antiguos que cualquiera de los que por estos días se tironean la posesión de la tierra.


Entonces nos topamos con una sombra terrible, que despliega su estampa en el paisaje agreste, blandiendo una moto sierra y las llaves del galpón oficial donde irán a dar los restos mortales de “los arboles viejos y enfermos” de la ciudad, que por improbable certeza, fueron sentenciados de muerte.

Parado frente a la plaza de los caudillos, un día me sentí empequeñecido, más bien extraviado, con la impresión de estar en otro lado. A este lugar lo conozco, me dije de pronto. Mientras buscaba una explicación para esa súbita sensación de pánico, que había experimentado de niño. Intenté concentrar mi atención a la rara sensación que percibía. Miré a través de la plaza y desde la escuela podía ver la cuadra del frente. Aquél paseo soñado, entre el verde resplandor de las hojas que destellaban con el sol de septiembre, que siempre me saludaban como en los días felices del tiempo de estudiante, de repente, sin que nadie avisara había sido amputado de la memoria viva.

Por alguna extraña razón, dicen para combatir las palomas, (que son una plaga para los que se molestan por limpiarse o limpiar, como si nunca hubiera habido), podaron o arrasaron casi la totalidad del follaje bajo e intermedio de los grandes árboles de la plaza. Como resultado, el equilibrio natural de esos testimonios imponentes de nuestra historia colectiva, patrimonio cultural y natural de todos los chileciteños, fue herido de muerte. Amputados los extremos que conforman su trabajado sistema de pesos y contrapesos para erguirse como una monumental manifestación de vida, quedaron flacos y esmirriados, desnudos y en fila. Se diría que esperando el golpe final de los vientos, que de tanto en tanto vienen a recordarnos la insignificancia de la condición humana ante la potencia vital de la naturaleza.

Es como si para desembarazarse de las palomas, se hubiera decidido matar los árboles.

Sería una nimiedad detenerse a considerar esto si fuera sólo una cuestión estética o meramente visual, una imagen adolescente de sensiblera y atolondrada nostalgia.

Pero no. Por que cuando además de la terrible desconsideración con que fue llevada adelante la remodelación de la plaza que costó la vida a casi la totalidad de los arboles del veredón oeste que corre por la calle 25 de mayo, y otros tantos del centro y los laterales, la desvastación se confirma cuando vemos ejecutada la sentencia de muerte sobre ese bellísimo árbol que sobrevivía frente a la parada de taxis, y escuchamos indignados, que desde la municipalidad se intenta justificar diciendo, que era un árbol viejo y enfermo.

Además, se anuncia que están en una campaña para “sacar” TODOS los arboles viejos y enfermos de Chilecito.

Parece inaudito, pero podría ser la política de espacios verdes de la municipalidad, así trabajarán las veredas, los parques. Dejarlos morir. O tal vez, enfermarlos para luego, dejarlos morir.

Qué desazón, qué vacío más doloroso, pasar por la plaza de la Capital y ver que cada vez quedan menos árboles, que la fronda de negra y hojosa masa en que trazaban su túnel el plátano y la pita, va desapareciendo bajo el resplandor de la baldosas y el cemento, que hierven provocando espejismos ya no sólo en enero. Ese no puede ser el concepto urbanístico de quienes administran el espacio público de una ciudad. No creo que sea el de todos los chileciteños, que tampoco podemos quedarnos cruzados de brazos mirando atónitos cómo se corta hasta el último árbol, por el perverso placer de oír el canto de la moto sierra o por el alucinado negocio del cemento.

Dónde se hamacarán los remolinos, en qué follaje cantarán las ráfagas su nostalgia de ventisqueros helados y altas cumbres. Sobre que brazos extendidos saciarán su sed de abrazos y en que ramaje hirsuto desgranarán las brisas nocturnas, su eco profundo de tempestad y océano. Salvemos nuestros árboles.

Porque una ciudad sin árboles. Es una ciudad descortés, antipática, de soles agresivos y malos humores. Salvemos nuestros árboles de los asesinos de arboles, como los llamaba Deodoro Roca, el mismo que escribió el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria y que indignado un día, pedía la cabeza de los asesinos de arboles, sólo para satisfacer la curiosidad, de saber qué tienen adentro.

Salvemos nuestros Árboles.

"Hoy nos encontramos en una nueva fase de la humanidad. Todos estamos regresando a nuestra casa común, la Tierra: los pueblos, las sociedades, las culturas y las religiones. Intercambiando experiencias y valores, todos nos enriquecemos y nos completamos mutuamente. (…)

(...) Vamos a reír, a llorar y a aprender. Aprender especialmente cómo casar Cielo y Tierra, es decir, cómo combinar lo cotidiano con lo sorprendente, la inmanencia opaca de los días con la trascendencia radiante del espíritu, la vida en plena libertad con la muerte simbolizada como un unirse a los antepasados, la felicidad discreta de este mundo con la gran promesa de la eternidad. Y al final habremos descubierto mil razones para vivir más y mejor, todos juntos, como una gran familia, en la misma Aldea Común, bella y generosa, el planeta Tierra."

Leonardo Boff, Casamento entre o céu e a terra. Salamandra, Rio de Janeiro, 2001.pg09

Hacia un Socialismo Nuevo La Utopía continúa

¿Qué cambios hemos experimentado en función de las lecciones que nos ha dado la historia? ¿Qué actitudes, qué acciones son de esperar hoy de una militancia socialista? Nadie nace socialista, el socialista se hace. Personalmente y comunitariamente. Hay valores referenciales, eso sí, que son columnas maestras del socialismo nuevo: la dignidad humana, la igualdad social, la libertad, la corresponsabilidad, la participación, la garantía de alimento, salud, educación, vivienda, trabajo, la ecología integral, la propiedad relativizada porque sobre ella pesa una hipoteca social.

La Utopía continúa, a pesar de todos los pesares. Escandalosamente desactualizada en esta hora de pragmatismo, de productividad a toda costa, de postmodernidad escarmentada. La Utopía de que hablamos la compartimos con millones de personas que nos han precedido, dando incluso la sangre, y con millones que hoy viven y luchan y marchan y cantan. Esta Utopía está en construcción; somos obreros de la Utopía. La proclamamos y la hacemos; es don de Dios y conquista nuestra. Con esta «agenda utópica» en la mano y en el corazón, queremos «dar razón de nuestra esperanza»; anunciamos e intentamos vivir, con humildad y con pasión, una esperanza coherente, creativa, subversivamente transformadora.

Pedro CASALDÁLIGA

Para probar si sos human@


UTOPÍAS


Cómo voy a creer / dijo el fulano
que el mundo se quedó sin utopías

cómo voy a creer
que la esperanza es un olvido
o que el placer una tristeza

cómo voy a creer / dijo el fulano
que el universo es una ruina
aunque lo sea
o que la muerte es el silencio
aunque lo sea

cómo voy a creer
que el horizonte es la frontera
que el mar es nadie
que la noche es nada

cómo voy a creer / dijo el fulano
que tu cuerpo / mengana
no es algo más de lo que palpo
o que tu amor
ese remoto amor que me destinas
no es el desnudo de tus ojos
la parsimonia de tus manos
cómo voy a creer / mengana austral
que sos tan sólo lo que miro
acaricio o penetro

cómo voy a creer / dijo el fulano
que la útopia ya no existe
si vos / mengana dulce
osada / eterna
si vos / sos mi utopía


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Escrito por "Mario Benedetti"
Tomado de "Praxis del fulano" del libro "Las soledades de babel"

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